J.C. Brasas - Catedrático de historia del arte de la Universidad de Salamanca.
Con respecto a su nueva entrega de Arquitecturas imposibles, es evidente la continuidad con la serie anterior, comenzada hacia 1976 aproximadamente y característica de la primera mitad de la década de los años ochenta. Irrumpió entonces en su obra una inolvidable serie de fantásticas composiciones, en las que aparecían vegetaciones combinadas con insólitas arquitecturas. En estos cuadros entremezclaba residuos de antiguas culturas - orientales casi siempre - con invasiones de floras que, como hiedras, se apoderaban del conjunto, dejando entrever resquicios de elementos arquitectónicos como nostálgico y evocador homenaje a míticas civilizaciones desaparecidas.
Surgieron así esas ciudades-botánicas, concebidas como un gran "Árbol de Babel" como torres imposibles que se alzaban en el espacio cual altivos castillos, grandes y maravillosas estructuras cubiertas de maleza y arboleda. Con frecuencia se trataba de ciudades lacustres, con lagos y estanques de agua que afloraban en su estructura y aparecían imbricados en la vegetación que las invadía.
En todo caso esas ciudades quiméricas e irreales, que sólo se encontraban a través del sueño, eran siempre fantásticas arquitecturas que no iban a ninguna parte y que evocaban el proyecto imposible de la construcción de la mítica Torre de Babel. Su orgullosa presencia se manifestaba mediante su ascendente estructura, que a su vez emergía y destacaba de una soñada Babilonia poblada de las más extravagantes y pintorescas construcciones. Concebidas, pues, como "árboles-ciudadelas" o "árboles-petrificados", esas altivas y vegetales torres de forma babélicas se nos presentan entonces- merced a la vibrante imaginación creadora de su autor - como asombrosos y fascinantes paisajes oníricos, ofreciéndose a nuestra contemplación cual soberbios zigurats de un mundo zúrrela y fantástico.
Separados de la antigua Babilonia por las caudalosas aguas del Eúfrates se levantaban en el centro de esas composiciones aquellos castillos encantados, recortándose sobre el azul de un cielo infinito. La imponente mole de esas torres imposibles surcadas de laberínticos canales y extrañas estructuras, se destacaba la metrópolis de la lejanía, ciudad toda ella poblada de templos y palacios coronados de fantásticas cúpulas y zigurats. Se diría que estábamos ante las gigantescas torres-vigía de una soñada Babel, ante poderosas e inquietantes construcciones que se ensanchaban absurdamente desafiando toda lógica, alzándose ante el impresionante y silencioso vacío de una ciudad dormida.
La otra orilla, a la que hacía referencia el título de uno de aquellos cuadros, no era otra cosa que la de lo imposible y maravillo, la orilla de lo fantástico y lo mágico, sólo posible a través de la evocación nostálgica de antiguas culturas y civilizaciones desaparecidas.
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Aníbal Núñez, Poeta
La cúpula edificada de contradicciones, el imponente palacio de Kubla Khan de materiales imposibles, que soñó Coleridge, los inasibles edificios que construyeron las plumas de los poetas están aquí pintados. Su arquitecto fantástico es el pintor Ramiro Tapia. De todos los esfuerzos para imaginar los ámbitos que el juego de las ideas planificó por medio de Borges (ejemplo aproximado) nos exime la contemplación de estas líricas ciudadelas, de estos templos anatómicos. Explícitamente el artista nos manifiesta ese orbe que el pensamiento heterodoxo y el deseo libre intentan configurar para librarse de la chata sensatez de nuestras habitaciones.
Disparatadas simultaneidades, geometrías que la mente euclidiana no soporta. Se abren las puertas de la percepción. Torres verosímilmente imposibles, árboles-ciudadela, castillos en el aire que ilustrarían a las mil maravillas los paradójicos orbes borgianos, se alzan, a veces cubiertos de maleza, bajo celajes en las que las nubes subrayan esa simetría que a fin de cuentas nos hace pensar en que todo es un espejo y que la naturaleza - si no fuera por el concurso del caos necesario - se establecería según módulos estructurales, mágicos: que el número y la música, la belleza y el orden van unidos.
En Tapia las arquitecturas humanas con meticuloso relato de los que la memoria recupera en el acto de pintar, descripciones acaso de civilizaciones perdidas cuya verosimilitud (a pesar de las poternas que no conducen a ninguna parte, de las rampas no se sabe si ascendentes o descendentes.) da fe de que lo inventado no es fingido, sino eso: inventado, venido de dentro.
Presentación del catalogo de la Exposición Antológica en Salamanca. 1984.
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Antonio Gala
Antonio Gala prolongaba así esta etapa del pintor, ofreciéndonos su especial visión de estas creaciones fantásticas en 1984, con motivo de su exposición antológica, en Salamanca, extracto de la presentación. 1984.
Cualquier enumeración sería insuficiente: no se inventaría el universo. Ciudades indecibles tachonadas de mares verticales. Ciudades cuyas cúpulas permanecen pendientes de grúas inhallables. Ciudades ascendentes, lacustres, infinitas: desiertas y al acecho. Ciudades que son un árbol solo y una sola torre, con arrabales que son un solo roble musical y siliente. Árboles de la Vida inagotables. Crustáceos astrales e irisados. Muros, que el aire aupa, entrechocándose en ángulos agudos - más que agudos - , apasionados por las horizontales. Palafitos nublados y rampantes. Burbujas quebrantando formas polivalentes: arquitecturas, botánicas, mineralogías. Vegetaciones pétreas sembradas por el hombre que no está. Rompimientos únicamente imaginables en la profunda entraña de las estalactitas. Cáctus enjoyados por dioses perdidizos.Todos los elementos de la cosmología barajados y repartidos para un juego distinto, para una creación recomenzada.
Este paisaje, este idioma, esta alucinación existió alguna vez en un remoto Oriente. En Camboya quizá, dentro del arte jmer, en esos siglos medios en que Córdoba se adornaba para adornar al mundo. O acaso existirá cuando suceda algo que está por suceder. Aquí el tiempo no cuenta. Este paisaje, esta alucinación, este idioma reside entre la ruina y el proyecto, entre la profecía y la memoria. Quieto como un tapiz, me esta mirando mientras yo lo miro. Miro las frondas transidas de perennidad y nubes; la indiferencia eterna trepar, como una enredadera, por tapias avizores. Miro el hermético jardín, los derrocados pasadizos. Miro, y veo mucho más de lo que miro.
A fuerza de serlo, esta pintura no es pintura ya. Es un ser vivo libre; un espacio habitable, mutante y enigmático. Su convivencia es un placer y un riesgo. Es una posibilidad independiente y súbita. Ha sido ya nacida; crecerá por sí misma. Nada tiene que ver con su pintor. El fue un espejo que atendía.
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