La Trayectoria de Ramiro Tapia
Nacido en Santander y oriundo de Salamanca, Ramiro Tapia es desde hace años una de las grandes figuras de la plástica española contemporánea, probablemente uno de los pocos nombres que se van a salvar del olvido cuando hayan hecho crisis los pequeños talentos y las exiguas habilidades promovidas por marchantes habilidosos y basadas en la imitación de formas ajenas. Tapia es en su actitud y en su continuidad algo esencialmente distinto, le informa un deseo de superación, un dominio de la técnica, una potencia imaginativa y sobre todo una inteligente tenacidad que hace de cada una de sus obras un espectáculo frontero de lo asombroso.
La trayectoria de Ramiro Tapia comienza con una experiencia figurativa, en la que dibujo y pintura se ponen al servicio de imágenes concebidas como peculiares alegorías, unas veces referidas a lo evidente y lo real y otras basadas en un intento de trascender las propuestas que la visión realiza, orientándose hacia una concepción mucho más interiorizada y más exigente. En la década del sesenta hay en el artista una preocupación por reelaborar los objetos habituales, dándoles una nueva dimensión y un sentido distinto; el bodegón, el interior, el paisaje de Ávila y de Almería, la vista de Salamanca, los pájaros y las interpretaciones nada convencionales de brujas, toman un sentido especial a partir de una manera muy vehemente de pintar, a la que el artista dedica una gran generosidad en el uso de la materia.
En los años setenta, la tarea del pintor comienza por la plasmación de una extraña antropología con la serie que él llama «Las máquinas creyentes», estructuras de forma casi humana en las que ve un presentimiento de grandes morfologías tecnológicas. Poco a poco, las pinturas y los dibujos de los 1971 y 1972, la incursión en el realismo fantástico, se va haciendo mucho más clara y terminante. Hay una fuerza, un vigor especial en todas estas formas, que algunas veces dan lugar a hallazgos de una deliberada insensatez.
En 1974 comienza una serie de óleos, acuarelas y dibujos, que va a florecer años después, hacia 1978 de la década. En estos planteamientos hay grandes estructuras y maravillosas concepciones, replanteamientos de la fauna y de la flora, incursiones en una botánica del disparate. Y, con todo ello, Tapia va insistiendo en unas formas babélicas que van a alcanzar su máximo esplendor en los años siguientes, a través de estructuras que parecen obedecer a un deliberado propósito de desafío a la gravedad.
En octubre/noviembre de 1979 Tapia celebra en las Salas de Exposiciones del Ministerio de Cultura, una gran exposición, que es como la recapitulación de todos sus proyectos, el recuento de la vegetación, la anatomía, la fauna y la flora que no tienen nada que ver con el mundo de las realidades y que, por el contrario, son auténticos deslindes de un sueño agresivo irracionable domesticado y mesurado por una gran cordura plástica y una peculiar inteligencia. En esta exposición se presenta un gran «Árbol de Babel», sobre el que se abren extrañas ventanas al infinito, un «Cactus en flor», que parece volar por encima de otros tallos más ariscos y áridos. Al ofrecer la narración de sus posibilidades diversas, de sus maneras de hacer y de entender, Tapia está acreditando su gran serenidad creadora, su vibrante imaginación y su capacidad de urdir magníficas ciudades que el urbanismo no elevará nunca.
Por último, en diciembre de 1980, la Sala Celini de Madrid es el escenario donde se presentan unas acuarelas de increíble factura, en las que el artista demuestra su extraordinario magisterio técnico, su poderoso aliento y su colosal dominio. En estas obras hay una manera de pintar que va deliberadamente al encuentro con lo increíble, a devolver a las magias lo que sorprendentemente pueden proporcionarnos. Ahora todo el cosmos de Ramiro Tapia se centra en asombrosos paisajes interiores, porque el secreto de su pintura es la llegada a unas determinadas cotas de meditación y desvelo. Por ello, la exposición con la que concluyó el año 1980 es uno de los grandes acontecimientos del arte español de nuestros días.
Raúl Chavarri,1981. Crítico de Arte
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