Cosmovisiones - Javier Hernando Carrasco (Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de León).Extracto del catálogo de la exposición en la galería, Margarita Summers. Madrid, Febrero 2000.
El crítico de arquitectura británico Reyner Banham acuñó, en los años setenta, el término megaestructuras para referirse a aquellas arquitecturas concebidas como masas colosales, de unidades múltiples, que habían empezado a fructificar en la década anterior como consecuencia de la aplicación a la arquitectura de los avances tecnológicos, pero sobre todo de un pensamiento que se enmarcaba en la tradición de la utopía. La condición megalómana ha caracterizado siempre las propuestas utópicas de la arquitectura, así como una especial inclinación por las tipologías ascensionales, quizás porque -como señalara Paolo Soleri, uno de los escasos arquitectos de la segunda mitad del siglo XX que se han movido de manera permanente en el marco de los proyectos utópicos- «la libertad física gira en torno a vectores verticales». En efecto, desde la mítica Torre de Babel hasta las recientísimas Torre sin fin (Jean Nouvel) o Torre del Milenio (Norman Foster), ambas de ejecución frustrada, el crecimiento ha concentrado el reto arquitectónico. No es ajeno a ello, sin duda, la tradición simbólica de la misma. Una tradición con la que también se vinculan estas Arquitecturas Imposibles que constituyen la serie sobre la que Ramiro Tapia lleva trabajando desde mediados de los años setenta. Pero si el desarrollo tecnológico moderno está ya posibilitando la realización de formulaciones otrora imposibles, al artista continúa interesándole lo utópico, lo inconstruible, pues el sentido de estas representaciones arquitectónicas es exclusivamente metafórico.
Forma parte de los deberes del artista el cuestionamiento del acontecer de su época. La recurrencia a un lenguaje simbólico, habitual en su discurso, recala aquí en estas estructuras arquitectónicas que transitan entre la aproximación a las formas clásicas de la arquitectura y las construcciones defensivas, entre la imagen futurista y la ancestral, entre lo estático y lo dinámico, entre lo pesado y lo leve, entre lo inorgánico y lo orgánico. Hay, sin embargo, elementos comunes a todas ellas. En primer lugar, su ubicación en espacios vacíos y sin embargo plenos de densidad lumínica y matérica que los convierten en inquietantes: las ardientes franjas nubosas cuya presencia se muestra amenazante o esa verdadera lluvia meteórica que incrementa la ya poderosa textura del espacio que envuelve a las últimas obras, como Torre azul o Torre laberinto. Casi siempre el encuadre muestra la parte superior de la torre, lo que contribuye a incrementar la sensación de solitud. En dicho estado el volumen arquitectónico recio, compacto, opaco, se muestra inabordable, como si su constitución material estuviese dispuesta de antemano para enfrentarse a tan hostil ambiente. Espacio y arquitectura establecen un verdadero pulso que parece mantenerse en equilibrio. Como aquellas arquitecturas de nuestro siglo a que me refería al comienzo, éstas son también megaestructuras y de su desarrollo se desprende su vocación ascensional; en cierto modo su definición parece el producto de una elevación en espiral como los zigurats de la antigüedad.
El segundo elemento compartido por estas torres es su condición laberíntica, explícita en algún caso (Torre laberinto). Laberintos en altura que se distancian de la habitual estructura horizontal de estos prototipos. Porque el resultado de cada torre parece más fruto de la yuxtaposición calculada de diversos fragmentos: escaleras, volúmenes autónomos, contrafuertes, plataformas, etcétera, que de una composición continua. Ni siquiera la compactibilidad es, por tanto, garantía de unidad, de continuidad espacial, como suele demandarse de los objetos arquitectónicos. Estas arquitecturas imposibles representan, sobre todo, la negritud de nuestro presente. Frente a lo que habitualmente los pensadores utópicos de la arquitectura han hecho siempre: definir lugares ideales que suplantarían en el futuro a los existentes, Ramiro Tapia prefiere simbolizar la miseria de lo existente, tal como evidencian estos objetos trazados bajo el signo de la circulación y, sin embargo, intransitables, repletos de parapetos que impiden la visión y, por tanto, la relación, la comunicación entre sus posibles moradores; en fin, plagados de peligros: escaleras que culminan en el vacío, plataformas inestables, pasillos empinados... De este modo estas edificaciones parecen encarnar las deficiencias del sujeto actual, marcado por la incomunicación, por el individualismo, por la soledad. El entorno, de hermosa mas agresiva actitud, corrobora ese estado psicosocial ciertamente ofuscante.
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Las Torres Galácticas - José Carlos Brasas Egido (Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Salamanca )Extracto de presentación del catálogo de la exposición itinerante de la junta de Castilla y León, 1994.
La constante argumental de la pintura de Ramiro Tapia, el tema fundamental que define su obra es la continua metamorfosis. Infatigable inventor de formas, artista siempre en movimiento, a través de su potencia imaginativa y extraordinaria capacidad de trabajo insiste una y otra vez en motivos recurrentes y familiares, o bien incorpora nuevas imágenes y hallazgos a su ya dilatada creación plástica. La incesante búsqueda de temas mágicos, la construcción de un insólito mundo de fascinante fantasía no se agota ni halla tregua en su pintura. El sueño, lo increíble sigue siendo realidad del artista. Fiel a su universo de magia y misterio, su obra refleja el trasmundo visionario, místico e inquietante del pintor, un trasfondo mítico cuajado siempre de ensueño y quimeras.
Concretamente a partir de la década de los noventa-surge de nuevo con mayor fuerza y originalidad si cabe este fascinante tema de la torre y las arquitecturas ensoñadoras. Ahondando en una dirección futurista y cósmica, ha transformado esas construcciones arbóreas y laberínticas en ascendentes y desafiantes torres galácticas y de ciencia- ficción, estructuras de un paraíso celeste y aéreo pertenecientes a un mundo interplanetario de misteriosas constelaciones. Las fabulosas arquitecturas arcaicas de su anterior producción dejan paso a estas inquietantes imágenes futuras, a esas torres surgidas de un mundo de ensoñación que flotan en el espacio y se abren arrogantes y amenazadoras, construcciones futuristas que nos inquietan y perturban como una premonición de un universo extraterrestre a la vez temido y fascinante.
Estamos ante una variada serie de estructuras lunáticas, ante sueños de un mañana no muy lejano, totalmente deshumanizado y ajeno a la realidad. El pintor muestra de nuevo su angustia e incertidumbre ante un porvenir imaginado, siempre mutante y enigmático. Un halo de magia y misterio envuelve esas fabulosas urbes mecánicas, esas torres espaciales compuestas de elementos que flotan y ascienden, y que se erigen como creaciones de un mundo visionario.Salamanca.1994.
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